A mí padre le costaba contamos sobre la vida, pero llenó de libros nuestra casa de la infancia y los dejó absolutamente a nuestro alcance. Nunca dijo “ese libro no es para ustedes” y así aprendimos a amar la lectura desde pequeñas, todavía hoy leo como entonces, como él con voracidad, con desorden, con placer, la casa de mí padre estaba llena de libros, su bibliotecas fue uno de sus muebles principales.
Mi padre tenía la letra más bella y firme que yo conozca.
Mi padre me enseñó, con sus actos, que un hombre sí puede llorar. Él lloraba de emoción o de dolor.
Mí padre nos enseñó con sus actos a ser responsables, justos, a levantarnos, a saber que un resbalón no es caída, aceptar nuestra debilidad y transformarla en fortaleza.
Mi padre era tan fuerte que supo despedirse, antes de partir...
Un día a las cinco de la mañana me desperté y no pude volver a dormir por un largo rato. Era una hora silenciosa y quieta. Entonces supe que, en la sala de terapia intensiva del hospital, él estaba muriendo. Que me despertaba suavemente y lo hacía para despedirse.
En mi cama, en la oscuridad, no luché contra el insomnio, simplemente me despedí de él, le deseé buen viaje, le agradecí lo que tenía que agradecerle y le hice saber que, por mi parte, no había cuentas pendientes entre nosotros.
Ninguna....
Me dormí nuevamente.Un par de horas después, en el hospital nos entregaron un certificado de defunción.
Mi padre enfrentó a la muerte entero y vivo. Peleó con sabiduría, conocedor de que la batalla sería posible mientras hubiera equivalencia. Cuando sintió que ya estaba, que había hecho lo suyo, que las reglas de juego habían dejado de ser parejas, dijo basta. No lo dijo como un derrotado. Había comido una porción de las grandes (como a él le gustaban) de la vida; su último año y medio había sido de de reivindicación y de entendimiento a sus hijas y a la vida misma. Entonces decidió que estaba listo para abrazar la muerte.
En su muerte, fue un modelo. Y no es poca cosa.
Mi padre murió como un señor. Sin degradarse, sin deterioro, sin corromperse, como una persona íntegra y consciente. No huyó, no tuvo miedo, llegó vivo a su muerte. Y cuando lo vimos, antes de ocupar su cajón, su rostro era plácido, pacífico, como quien sueña sueños íntimos y felices o como quien observa deslumbrado algo que lo hará feliz pero de lo que no quiere hablar.
Era, en ese momento y en ese lugar, en la morgue del hospital, nada menos, nuestro padre hermoso y sereno. Así nos despidió. Soltándose, soltándonos.
Mi padre fue honesto.
Mi padre fue amoroso a su manera
Mi padre no fue un hombre famoso Y no importa.
Los grandes hombres famosos, ocupan a veces, demasiado lugar. Asfixian y son acreedores de deudas que nos hacen la vida más pesada. El nos dio todo lo necesario con su trabajo y nos vistió de sabiduría, la riqueza más grande que uno puede obtener. Visto así, por suerte, mi padre no fue un gran hombre y famoso. En muchas cosas fue sólo un pequeño hombre. Pero más allá de todo fue algo más difícil y más importante de ser. Mi padre fue un muy buen hombre y un gran ser humano
Agradezco eso.
Gracias, papá, por tu vida.
Mony
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