La calidad de este usual gesto de cercanía se podría tratar con la misma especificidad y hermosa adjetivación que los enólogos utilizan para describir el vino.
Hay abrazos añejos, robustos, carnosos, llenos de sentido y poder. Son esos abrazos conscientes que saben dar aquellos que reconocen su verdadera importancia porque tienen una intención concreta. Ese abrazo no es para saludar ni salir del paso, sino para comunicar lo que no alcanzan las palabras. Son abrazos excepcionales que duran un poco más, pues su duración depende de qué tanto están dispuestas a entregarse las dos personas (No, no es que no crea en el abrazo entre tres o más, sino que su energía se manifiesta con toda su pureza cuando sucede frontalmente, pecho contra pecho). Saberse abandonar al contacto con el otro y disfrutarlo será clave para que naturalmente el abrazo termine con esa curativa sensación de acogedora satisfacción, resultado de haber dado con total generosidad.
No todos los abrazos verdaderos son tan intensos. Los hay cortos, pero con mucho cuerpo y redondez, como los vinos que acompañan y reconfortan.
Hay abrazos traicioneros, también timoratos, tensos, ácidos, temerosos de sentir demasiado cerca el cuerpo del otro. En ocasiones me he lanzado a abrazar irresponsablemente, y la consecuencia es espino de alambre con el que responde la contraparte, por lo cual deduzco que el mío fue un abrazo desmedido e imprudente.
Me llaman la atención los abrazos entre amigos, que condimentan con vigorosas palmadas en la espalda. Me gustan. Siguiendo con la cata, yo diría que ese abrazo tiene notas de leña al fuego, con un inicio en la boca de chocolate y un final que recuerda a los árboles de la infancia.
El abrazo sensual, voluptuoso, será aquel que ignora el tiempo y se cuece lentamente en su propio cáliz aterciopelado. Ese abrazo dionisíaco, si se da sin prejuicios, será gustoso y vaquiano para transitar las vetas peligrosas que a su vez hacen más profundo su dulzor y más encendido el rojo de su impulso.
A ti que se tropezó con este texto, te ofrezco un abrazo ligero pero no menos dulce y temerario, como los vinos rosados en apariencia inofensivos que bailan en las papilas una fiesta furtiva.
¡Salud!
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